El mundo parecía caerse a pedazos a su alrededor pero a él no le afectaba en lo más mínimo. Caminaba como inmerso en sus propios pensamientos sin que le distrajera el caos y el movimiento constante que se desarrollaba cerca de él. Gritos, órdenes, sirenas, llanto, el sonido mezclado de las voces de decenas de periodistas que reportaban en vivo desde la escena, todo alimentando ese torbellino de locuras que se apoderaba de la ciudad durante esa mañana fría. Pero él seguía caminando sin inmutarse por todo lo que sucedía, sosteniendo en su mano derecha una especie de portafolio metálico, simple, sin adornos tan solo de un sobrio color plata sin cromados. Vestido con un uniforme de fuerzas especiales, lentes oscuros, guantes, chamarra y una boina. Todo negro.
El movimiento en la calle era tanto que los numerosos policías, paramédicos y bomberos que iban de un lado a otro apenas si se daban cuenta de su presencia, pero unos pocos lo vieron y supieron en ese instante que las cosas cambiarían de un momento a otro. Sabían que formaba parte de un escuadrón de fuerzas especiales que atendía este tipo de casos de emergencia y algunos estaban familiarizados con su "trabajo". Sabían que era eficiente. Muy eficiente. ¿Demasiado eficiente?
Con tranquilidad llegó hasta el comandante de la policía que esperaba la liberación de los rehenes atrapados por un grupo de asaltantes en un banco. El comandante lo vio y le regresó el saludo tipo militar que había hecho sin mediar palabra. No era necesario hablar en realidad, ambos sabían para qué estaba ahí.
Las negociaciones con los secuestradores estaban en un punto difícil y la tensión crecía cada vez más. Al parecer se hallaban fuertemente armados y por lo visto también bajo el influjo de algún poderoso fármaco lo que aumentaba su irritabilidad, resistencia, paranoia, delirio de persecución y, por supuesto, peligrosidad. Ya habían herido a una persona. Una mujer de 70 años que no había ido a recoger su pensión el día anterior porque su hijo no la pudo llevar. Hoy tomó un taxi. Al parecer la herida de bala en la pierna de la mujer sangraba profusamente y cada vez le era más difícil mantenerse despierta. No le quedaba más de una hora sin atención médica.
-Teniente- le dijo el comandante de la policía- Supongo que ya ha sido informado de la situación.
-Así es Comandante.- Contestó él con calma. No se podía encontrar ninguna emoción en particular en su voz. El Comandante continuó:
-Bien. Las negociaciones no avanzan y ahora parecen estar más violentos que antes. Creemos que tienen más drogas ahí adentro y eso significa que ninguna negociación funcionará. La mujer herida se está quedando sin opciones y esos hijos de puta no planean dejarla salir como muestra de buena voluntad. Es hora de que Usted se haga cargo. Está todo listo.
El Teniente miró hacia el edificio que se encontraba justo frente al banco y asintió con un ligero movimiento de cabeza. Caminaron juntos hacia la entrada del edificio, en donde habían preparado un centro de control y de comunicaciones para las negociaciones con los asaltantes. Al entrar, los policías que se encontraban ahí dejaron de hacer lo que fuera que estaban realizando y algunos intercambiaron palabras en voz baja. Quienes tuvieron oportunidad lo siguieron. Querían verlo trabajar.
Llegaron hasta el sexto piso del edificio desde donde se podía ver perfectamente el interior del banco gracias a los altos ventanales que lo circundaban. Ahí pudieron ver a los 22 rehenes incluida la mujer que era asistida por una joven enfermera que había vencido la inercia y por fin se había decidido a ir al banco a pedir un préstamo para costear material de estudio para su carrera de medicina. No podía hacer mucho por la mujer sin el material adecuado.
Era verdaderamente increíble que un grupo tan pequeño de asaltantes -apenas eran cinco- pudiera mantener cautivas a más de veinte personas incluidos dos guardias de seguridad armados y además mantuvieran a raya a varios grupos de policía y fuerzas especiales de tarea. Pero eso no le importaba a él. Él sabía cuál era su trabajo y cómo tenía que actuar. Otro oficial policíaco, un detective con una camisa azul con las mangas levantadas hasta los codos y el nudo de la corbata a mitad del pecho, sostenía un teléfono en su mano derecha. El cigarrillo entre los dedos de su mano izquierda podía verse como un símbolo de lo que le estaba pasando: consumido, arrugado, cada vez más cerca de apagarse.
El Teniente lo vio y se dio cuenta de cómo en su mirada se reflejaba una mezcla de alivio y resignación por no haber logrado que las negociaciones avanzaran. Era casi como si se diera por vencido y eso le otorgara una tranquilidad que parecía no haber disfrutado en mucho tiempo. El cigarrillo cayó al suelo y fue finalmente apagado por el zapato del detective. El Teniente dirigió brevemente su mirada hacia el todavía humeante tabaco y prefirió no hacer ninguna analogía.
Finalmente eligió el mejor lugar desde el cual podía ver perfectamente todas las áreas del banco en las que se encontraban tanto los asaltantes como los rehenes. Todos en la habitación estaban haciendo algo, pero en el momento en el que el portafolios color plata hizo contacto con el suelo, el sonido que provocó, hizo que todos dejaran por un momento sus actividades de la manera más discreta posible para ver lo que el Teniente hacía. Se quitó el abrigo y después los guantes y colocó todo sobre un escritorio cercano. No dejaba de ver por la ventana hacia donde se encontraban sus objetivos. Al lado del abrigo y los guantes fueron colocados con cuidado los lentes y la boina negra.
Y entonces pareció como si el tiempo se detuviera y solo él tuviera capacidad de movimiento: levantó el portafolio y lo colocó en el escritorio, con habilidad evidente introdujo el código de seguridad en las ruedas numeradas y corrió los seguros para poder acceder al contenido del estuche. Los seguros emitieron un chasquido que, en el relativo silencio de la habitación, sonaron como cañonazos que incluso hicieron que un par de personas saltaran levemente, sorprendidos por el ruido.
En ese momento él levantó su mirada un poco, al sentir la vista de los presentes sobre él; y esto provocó que el tiempo volviera a su curso normal y que todos reiniciaran sus actividades en el ritmo correspondiente pero sin dejar de observar de reojo todos los movimientos de esa leyenda viviente. Él centró su atención enteramente en el contenido del estuche y lo comenzó a armar, con tranquilidad, casi se podría decir que con delicadeza pero con una habilidad única y experta. Cuando hubo terminado su tarea, colocó frente a la ventana que había elegido para su misión, y al mismo tiempo en que la mira telescópica hizo "click" en la parte superior de su Barrett M82A1, fue tanto como si hubiera dicho "Estoy listo". Y sí, en efecto lo estaba. El comandante así lo entendió también y sólo le dijo: "Teniente, tiene luz verde".
Había dos asaltantes en la parte superior del banco, posiblemente habían visto demasiadas películas de acción y sabían que en cualquier momento un equipo SWAT podía entrar por la parte superior sin que se dieran cuenta. Uno de ellos miraba a través de la ventana mientras el otro se encontraba hacia el centro del edificio, viendo y apuntando hacia los rehenes en el suelo unos metros bajo él. El Teniente decidió que ese sería el primer objetivo. Colocó el cargador lleno con 10 balas y se colocó en posición. Su mundo ahora era particularmente pequeño pues sólo existía a través de la mira telescópica con la cual podía ver claramente a su objetivo. Los otros tres se hallaban abajo cerca de los rehenes: uno en la puerta principal, otro más junto al escritorio del gerente del banco, cerca del centro del edificio y el último en medio de los prisioneros tirados en el piso.
Ahora nadie estaba poniendo atención a otra cosa que no fuera el trabajo del Teniente. Y entonces inició. El sonido del primer disparo aún no terminaba de hacer eco en los oídos de los presentes, cuando el Teniente ya había hecho saltar el cartucho vacío del proyectil que ya había hecho contacto con el pecho de uno de los asaltantes ubicados en la parte superior del edificio. El otro aún no terminaba de ver el orificio hecho por la bala en el vidrio cuando un golpe también en su pecho, al lado izquierdo le hizo perder el equilibrio y caer de espaldas. Casi sonrió por haber caído de esa manera y todavía tuvo tiempo de preguntarse qué había pasado. La inmediata falta de sangre en el cerebro impidió que emitiera un pensamiento más y todo se hizo oscuridad para él.
Los tres que se encontraban abajo apenas habían comenzado a incomodarse pues se preguntaban si los policías estaban por darse por vencidos e irse pues todos habían encendido los motores de sus vehículos e incluso las sirenas. Pero era parte de la estrategia para evitar que sobresaliera el sonido de los disparos. El que estaba cerca del escritorio del gerente fue el siguiente. El omóplato izquierdo fue la puerta de entrada para la munición que siguió su camino hasta salir cerca de la axila. El que estaba entre los rehenes pareció gritar el nombre de su compañero pero una bala cortando por mitad su esternón y saliendo por la espalda mientras cortaba su espina dorsal fue motivo suficiente para callar. El que estaba en la puerta sí tuvo tiempo de colocarse en una posición más baja agachándose y buscando el refugio detrás de otro escritorio. La curiosidad claro, provocó que un temeroso ojo se levantara por encima del mueble tan solo para percibir como última imagen, la punta de la munición que llevaba su nombre. Aún quedaron 5 balas sin utiilizar en el cargador.
El Teniente observó a través de su mira una vez más para asegurarse de que no había más movimiento de parte de los objetivos. Todos yacían inmóviles en los lugares en los que habían encontrado su destino, mientras las fuerzas de tarea entraban para liberar a los rehenes. La gente en la habitación aplaudía y se dirigían a la parte baja del edifico para salir y atender a los prisioneros. Casi de manera imperceptible y sin dejar de ver a sus objetivos caídos, el Teniente simplemente emitió la que era su filosofía de vida. Una frase que encerraba su habilidad para hacer bien las cosas sin verse directamente afectado:
"No es nada Personal."
Un pensamiento solitario cruzó su mente una vez que terminó de desarmar el rifle y salió del edificio: "¿Qué pasaría si, en algún momento, fuera personal?" No quiso seguir pensando eso y siguió caminando solo, tal y como había estado siempre.
Iosephus Dixit