lunes, 31 de octubre de 2011

Ikanaide

El aire helado movía las hojas de los árboles y algunas de las ramas que crecían a los alrededores del lugar. Para algún hipotético testigo los sonidos llevados por el viento matutino serían muy claros: el viento soplando entre las hierbas, algunas ramas arañando los pocos cristales que quedaban aún en alguna ventana, el llanto acompasado del metal contra el metal de los juegos que en otro tiempo habían funcionado para chicos y grandes como vehículos de alegría. Y también de dolor.

El parque había permanecido abierto por 13 años cuando una serie de extraños sucesos provocaron que se hiciera de una fama cada vez más macabra. Ahora era posible ver las atracciones abandonadas y cada vez más consumidas por el óxido y la podredumbre y había quienes aseguraban que durante las noches se podía escuchar el llanto de aquellos que habían perdido la vida en alguno de los juegos mecánicos que ahí se levantaban. Y hasta ahí llegó James Morgan, intrépido "investigador" de lo paranormal. Morgan se había construído a sí mismo una peculiar fama como "cazafantasmas" e incluso como medium, "ayudando" a familias enteras a combatir contra los espíritus que infestaban sus respectivas casas. Su fama había crecido gracias al hecho de que su canal en YouTube recibía cada día más y más visitas gracias a la publicidad de boca en boca. 

Irónicamente, mucha de esta fama la habían generado las constantes críticas por parte de las comunidades escépticas que criticaban su "método de investigación" y sus constantes alusiones a temas esotéricos y de extravagantes afirmaciones que carecían de todo fundamento científico. Sus incursiones en lugares supuestamente encantados usando su cámara con visión nocturna le habían valido la fama en la red y desde hacía un año había conseguido que una cadena de televisión le ofreciera un jugoso contrato para protagonizar un Reality Show que contendría las escenas grabadas por él en solitario usando su propia cámara. Así era como le gustaba trabajar a Morgan. Aunque le habían ofrecido la posibilidad de que tuviera a su disposición a un equipo de técnicos, él los empleaba en muy pocas ocasiones, en especial cuando las dificultades técnicas eran demasiadas. Pero por lo general él grababa sólo sus videos en un curioso estilo que recordaba esa famosa película de "The Blair Witch Project".

Ahora, con los gastos pagados por parte de la televisora, ahí estaba, en Japón, en un parque de diversiones cerrado desde hacía años y que ahora ni siquiera aparecía en los mapas. Un lugar que era lentamente consumido por la vegetación a su alrededor y que constantemente se veía cubierto por una espesa niebla de la que ocasionalmente parecían salir los quejidos descarnados de las almas que ahí habían quedado atrapadas. James Morgan (un tipo de unos treinta y tantos años que había sido brevemente encarcelado por fraude en New York pero fue liberado por falta de pruebas) descendió de la pick-up que lo llevó hasta ahí después de varias horas de viaje.

-Domo arigato- dijo en su acento marcadamente americano mientras el chofer comenzaba a hablar rápidamente haciendo que James se preguntara qué demonios decía el delgado hombre cuyo rostro reflejaba a un tiempo preocupación y miedo.

Miedo, pensó Morgan. A veces me parece que a los japoneses se les nota más el miedo que a otras personas, y recordó algunas películas de terror japonesas que realmente le habían logrado poner los cabellos de punta. Mientras tomaba su mochila y el resto de sus cosas del asiento de la camioneta, James pudo escuchar cómo el viento silbaba entre los árboles y el hierro de las atracciones y repentinamente, mientras se preparaba para colocarse la mochila en el hombro, le pareció escuchar a lo lejos algo parecido al llanto de un niño. Y no le pareció un llanto cualquiera, sino uno lleno de dolor y angustia, de miedo y de impotencia. Un escalofrío comenzaba a recorrerle la espalda cuando repentinamente sintió el golpe frío en un brazo. La mano lo aferró fuertemente provocando que su corazón diera un vuelco y comenzara a bombear sangre y adrenalina a todo su cuerpo.

-Ikanaide kudasai! Ikanaide kudasai!- repetía el chofer japonés con una expresión de terror en el rostro. James pasó del tremendo susto a la molestia. No tenía idea de lo que el tipo le decía y no apreciaba para nada el hecho de que lo hubiera asustado de esa manera.

-¡Carajo! ¿Pero qué mierda? ¿Estás loco, cabrón de mierda? ¡Casi me matas de un puto susto!- le gritó al asustado hombre mientras retiraba su brazo y se daba cuenta de que los dedos del chofer habían quedado marcados en su piel. Tomó su mochila rápidamente, se la colgó en el hombro derecho y tras sacar un billete de 20 dólares americanos de su pantalón, lo dejó de golpe en el asiento.

-¡Domo!- gritó finalmente mientras cerraba la puerta de la camioneta y se daba la vuelta para caminar con rumbo al parque de diversiones. Escuchó cómo el motor de la pick-up se revolucionaba y el hombre aún despotricaba palabras ininteligibles mientras las llantas de su vehículo lanzaban tierra hacia atrás al salir casi volando de ahí. Y entonces James se enfrentó de lleno a ese lugar. Sí que daba escalofríos tan solo ser testigo de cómo la niebla parecía tener vida y abrazaba los hierros oxidados de la montaña rusa y la rueda de la fortuna del parque.

James buscó un lugar en el cual levantar su tienda de campaña y su saco de dormir para comenzar a grabar los clips que conformarían el nuevo material para su serie "Vida Después de la Vida: Edición Internacional" así que vio una caseta cuyos cristales aún estaban casi todos completos aunque rodeados ya de ramas y hierbas y se introdujo para comenzar a levantar su tienda de campaña. Cuando estaba por terminar, le pareció ver por el rabillo del ojo y a su derecha, afuera de la caseta una sombra que se escabullía entre las sillas de uno de los aparatos mecánicos derruídos. De inmediato giró su cabeza sobresaltado sólo para no descubrir nada más que una de las sillas moviéndose levemente de un lado a otro. ¿Habría sido un animal o sólo el viento? Asomó lentamente la cabeza y vio los animales y figuras de un tiovivo que se encontraba ligeramente inclinado, sus soportes derrotados por el óxido y el tiempo. Le pareció que la figura del payaso lo veía con una expresión de burla desde el rostro de facciones deformadas por la humedad y los elementos. Finalmente decidió continuar con su tienda y comenzar a grabar.



-Hola estimados amigos, les saludo desde Japón. Hoy estaremos cazando a los espíritus que se ocultan en un parque de diversiones abandonado- dijo James al lente de su cámara sin cuidar los movimientos, para alimentar así la sensación de vértigo que caracteriza a ese tipo de grabaciones. Mientras se preparaba para continuar con su monólogo, un rechinido agudo y largo se escuchó afuera de la tienda. El sobresalto fue tan grande que James dejó caer la cámara que mostró la entrada de la tienda de campaña. James salió lentamente y justo en ese momento se dio cuenta de que el sonido había sido provocado por una de las ramas que arañaba la ventana de la caseta que le servía de refugio. James rió brevemente, aliviado y pensó que no modificaría el video, eso crearía un mayor impacto dramático que le gustaría a la gente. Ahora tendría que ir a explorar el resto del parque aprovechando que ya la luz natural era escasa y que el impacto del efecto de la lente de visión nocturna era mayor.

Comenzó a caminar enfundado en una gabardina larga que lo protegía contra el frío y la humedad mientras accionaba el botón de grabación de la cámara y colocaba sensores de movimiento en algunos lugares que le parecían particularmente escalofriantes... y llamativos para la TV. Los sensores se encontraban en la punta de bastones largos que James clavaba en la tierra, de esa manera cuando alguno de los bastones perdía el equilibrio y el sensor caía, el podía decir que algún ente sobrenatural lo había tirado. Al dar la vuelta tras un stand de comida que parecía estar a punto de derrumbarse, se topó con la entrada a una de esas atracciones que no pueden faltar en estos lugares: La Casa del Terror. No necesitaba saber japonés para darse cuenta de que eso era, pues su aspecto siniestro y los numerosos murciélagos, ratas, arañas y seres de ultratumba pintados en su exterior así lo hacían ver. Era una oportunidad única y James no podía dejar pasarla. Tenía que entrar.

Siguió caminando y al abrir la puerta que daba acceso a la casa, pudo sentir el aire frío en el rostro cargado de un aroma que le hizo pensar que así debía oler el tiempo. Olía a humedad y metal oxidado. A tierra y hierbas. A miedo y soledad. Caminó entre paredes negras, dibujos de vampiros y zombies, momias y brujas, la clara influencia occidental plasmada en ese lugar oscuro. Y entonces al dar vuelta en uno de los pasillos oscuros, James sintió que el corazón le caía hasta los pies y sintió que el terror le entumecía el cuerpo. Frente a él una enorme imagen parecía estar a punto de lanzarse sobre él con violencia y una expresión de locura en el rostro, en una posición que recordaba a los jugadores de football americano cuando se preparan para lanzarse contra sus contrincantes en un juego de Super Bowl. Sin embargo no se movió. Se mantuvo ahí amenazante e inanimada. Se trataba de un Yokai, un espíritu o demonio japonés representado en una estatua de casi dos metros que se levantaba justo al dar vuelta en un pasillo. Así, los diseñadores habían aprovechado las supersticiones propias del pueblo japonés sin necesidad de gastar en modelos mecanizados, simplemente al girar en un pasillo se topaban con él. Y casi se cagaban del susto. James se recuperó y decidió colocar el último de los detectores de movimiento justo ahí, antes de salir de ese lugar. Y entonces lo pudo sentir.

Justo al darse la vuelta para regresar, le pareció escuchar una especie de rugido ronco y largo, y le pareció que la casa completa se movía. Una serie de agudos silbidos fueron el preámbulo de un aullido brutal y prolongado, tan vivo y potente que hizo que James de nuevo soltara la cámara que fue a caer frente a él. Entonces, James trató de alcanzarla cuando repentinamente sintió el jalón en su gabardina. Alquien la estaba aferrando. Giró la cabeza y vio la imagen del Yokai viéndolo fijamente con esa expresión de locura y esa especie de sonrisa deforme. Los aullidos se intensificaron justo en el momento en el que James vio con terror cómo la mano izquierda de la enorme figura sostenía la parte baja de su gabardina.

-¡No! ¡Suéltame! ¡Déjame ir!- gritó desesperado- ¡No! ¡Dios ayúdame! ¡Ayúdame!

Pero sus gritos no tuvieron más respuesta que aquel rugido bajo y los lejanos aullidos. A James le pareció que la niebla entraba en la casa y que la sonrisa de la imagen se hacía más grande. Las fuerzas le faltaron y le pareció que la fuerza de aquel ser se había multiplicado infinitamente. Todo se oscureció y finalmente sólo hubo silencio.

La pick up se estacionó cerca del lugar en el que había dejado a James casi cuatro días antes. John Meyers, representante en Asia de la cadena que poseía los derechos de la serie de James, había tratado de contactarlo sin éxito, así que tuvieron que ir a buscarlo. Detrás de la pick up conducida por el mismo chofer que llevó a James, iba un equipo de rescate y un policía en caso de que fuera necesario. John se acercó al parque y gritó el nombre de James que sólo rebotó en los metales podridos y apenas produjo un eco que pareció perderse entre la niebla. Vio algunos de los detectores de movimiento clavados en la tierra cerca de algunos juegos y entonce se dio cuenta de que en una caseta estaba la tienda de campaña. James no estaba ahí. John se preguntó si no se habría adentrado en el bosque perdiéndose, eso significaría más tiempo de búsqueda y más pérdida de dinero. Contrariado siguió caminando seguido de cerca por el equipo de rescate cuando vio otro de los detectores cerca de la casa del terror. De inmediato se dirigio hasta ahí y entró. 

-¡James!- gritó- ¡James! ¿Estás aquí? 

El olor de humedad y encierro no tardó en golpearle la nariz como el derechazo de un boxeador de peso pesado, llevado hasta él por el aire helado de esa mañana. El aire había arreciado un poco y provocaba que algunas láminas en la casa se movieran creando un sonido bajo. Si se usaba la imaginación, ese sonido parecía un rugido grave y prolongado y el rechinido de metal contra metal podría parecer un extraño aullido. John siguió caminando y el olor se hizo más potente, casi al grado de causarle náusea por esa mezcla de humedad, tierra, hojas y... algo más. ¿Qué era ese olor? Y entonces fue que John sintió un escalofrío al detectar en ese aroma algo como la carne en proceso de descomposición. Corrió por un pasillo y al llegar a la esquina dio vuelta y se sobresaltó por la imagen de plástico que representaba a esa especie de monstruo en cuclillas. Pero fue peor aún ver el cuerpo tendido a los pies de la estatua, cubierto con una gabardina y con la expresión de terror perpetuamente grabada en sus rasgos. Los ojos abiertos de James acentuaban el horror de la imagen y sus manos torcidas parecían querer alcanzar un objeto al otro lado del pasillo. John se cubrió el rostro para evitar el olor lo más posible y tratar de no vomitar, mientras se acercaba para ver el objeto. Se trataba de la cámara de James. John la accionó y comenzó a ver la grabación de los últimos minutos de la estrella de TV. Vio el momento en el que se encontraba con la estatua, cómo colocaba el detector de movimiento y cómo se escuchaba el sonido del aire que asemejaba a un rugido. Vio el momento en el que la cámara caía al suelo y apuntaba directamente a los pies de James y el momento en el que éste enloquecía de terror y se desplomaba evidentemente siendo víctima de un ataque al corazón.

Fue entonces que John se percató de un detalle en el video que le hizo acercarse al cuerpo mientras el equipo de rescate se preparaba para sacarlo de ahí. Era un detalle curioso que parecía explicar por qué James gritaba en el video eso de "¡Suéltame!" y "¡Déjame ir!". John no pudo evitar sonreir amargamente.

-Grandísimo pedazo de pendejo- dijo John, mientras retiraba el detector de movimiento que James había clavado con firmeza atrapando así el faldón su propia gabardina y cayendo víctima de los fantasmas creados tan sólo en su mente.

Iosephus dixit