viernes, 26 de julio de 2013

Crónica de Una Noche [Surrealista] Madrileña

Estoy desarrollando un curioso superpoder: me levanto sin tener cruda. Ojo, me refiero a los días en los que bebo, no los otros porque entonces eso no sería un superpoder, sería una mamada. Pero el punto es que lo que comenzó como una simple anécdota de peda, se ha convertido en un experimento personal para corroborar que efectivamente, ya no me da cruda después de una noche de bebidas embriagantes. Y ya sé que algunos me dirán "Iosephus, no mames, si lo único que bebes es Tequila pues obvio que no te da cruda. El Tequila es una bebida tan noble y tan espectacularmente chingona que no da cruda para nada". Y tienen razón. Pero a medias. Porque efectivamente el Tequila es una bebida tan noble y tan espectacularmente chingona que no da cruda para nada, pero todos sabemos que no se deben mezclar bebidas alcohólicas porque luego eso es lo que nos provoca la tan temida "cruz" y justamente eso es lo que me ha sucedido. Y pongo por ejemplo, para su consideración, la noche del sábado pasado, el 20 de julio para ser más exacto.

En realidad todo inició desde el viernes 19 cuando, por alguna razón, salimos a "tomarnos una o dos copas" en la terraza que para esos efectos ha habilitado el Museo Thyssen-Bornemisza en Madrid. Sí, leyeron bien, en un museo en pleno centro de la capital española, hay una terraza de copas. Amo España. El punto es que ahí comenzó mi experimento etílico (¿No les parece extremadamente noble que dé mi vida de esta manera por la ciencia?). Tras varios Tequilas, regresé a casa y la mañana siguiente, desperté - por cierto, creyendo que era viernes y casi a punto de levantarme a bañarme cuando caí en la cuenta de que era sábado... scumbag brain ¬¬ - sin rastro de cruda. Perfecto, sin problema. Y entonces, inició uno de los sábados más surrealistas que he tenido en mi vida.

                                             ("Dali Atomicus" Philippe Hallsman, 1948)
Más o menos así. Pero en lugar de gatos, gente. 
Y en lugar de un estudio de pintura, un teatro, un hotel y una casa.
Y en lugar de agua, Tequila. Y en lugar de pintura más Tequila.
Y en lugar de Dalí, yo. O probablemente sí, en algún momento se apareció Dalí.

Unos buenos amigos y yo habíamos recibido una invitación para asistir a un concierto. Bueno, debo ser sincero. No tenía la más mínima idea de qué diablos era. Sí, me lo habían dicho, pero la verdad teniendo en cuenta que mi capacidad de atención es similar a la de un hámster drogado con hongos aluncinógenos, pues en realidad no me enteré de... ¡Hey miren un perro! Perdón. El punto es que yo no sabía si era una obra de teatro, concierto, happening, performance, cirque o el espectáculo ese mítico del burro en Tijuana. Didn't have a fucking clue. Aún así, invité a una amiga y fuimos.

Llegamos al Teatro Circo Price (por cierto, pronunciado como se lee y no "prais". ¿Por qué? No sé), nos dieron nuestras entradas y pasamos al bar del teatro (sí, aquí todo tiene un bar. Amo España) pero solo a beber agua porque hacía un calor similar al de la superficie de Venus. En ese momento, el buen Adolfo, también conocido como el Barón del Mezcal, descubre de qué se trata el show. Es "El Intérprete".

Asier Etxeandía "El Intérprete".

En ese momento tanto él como su esposa, Ana, pusieron cara de "Holy Crap on a cracker" y de hecho ella dijo literalmente: "¡Los esperamos afuera!". En otras palabras, no pintaba bien la cosa. Al parecer, ellos habían visto la obra en un muy pequeño escenario en el barrio de La Latina y no había sido muy agradable que digamos. Sin embargo ya estábamos ahí y haciendo acopio de voluntades y fuerza, entramos. Y ahí comenzamos a beber. Había una barra con Tequila y nos dieron cocteles hechos a base de Tequila blanco y... ya saben... ingredientes. ¡Ok, no sé qué era! Pero estaba bueno, confórmense con eso. Creo que hasta rosas tenía. El punto es que pasamos y dio inicio la puesta en escena. Y Holy Crap on a cracker, indeed.

Fue, en dos palabras fucking amazing. Al parecer cuando la presentaron en La Latina, el pequeño teatro no daba para mucho, pero en el Price tuvieron la oportunidad de producirlo como se debe. Mis respetos para Etxeandía que fue capaz de soportar el show sobre sus hombros (y con su voz) durante prácticamente dos horas, compartiendo con el público escenas de su infancia y su adolescencia en un viaje musical extraordinario. Y también hubo Tequila. Sí, en algún momento durante la obra, sacó botellas de Tequila que repartió entre el público. Así que más cocteles y más Tequila. En otras palabras un espectacular y divertido desmadre en el que estuvieron presentes además del protagonista de la obra, otras personalidades como Alaska, Javier Bardem con su esposa Penélope Cruz, Pedro Almodóvary otros más cuyos nombres se me escapan gracias a la pérdida temporal de memoria que me caracteriza.

Y luego vino la fiesta. Organizada en la terraza de un hotel, la fiesta post-show fue una oportunidad para continuar con la libación de néctares de importante graduación etílica. Y después terminamos en casa de la señora. "¿Cuál señora, Iosephus?" Se preguntarán ustedes, avezados y cultos lectores, y hacen bien en preguntar. Porque no tengo la más remota idea de quién era esa señora. Alguien la conoció (creo que nuestra amiga Manu), la señora se unió al grupo y terminamos en su casa. Sí, bebiendo todavía más. Debo decir que la Señora es encantadora, una anfitriona sin igual y que por otro lado, juraba que yo era árabe. Al menos en un par de ocasiones me lo dijo y se mostraba sorprendida por el hecho de que no lo sea. Ya saben, mi genética que es un bonito desmadre.

"Oye, güero ¿tú crees que parezco árabe?"

Hijos míos, no sé qué hora era cuando salimos de ahí, de hecho ya en esos momentos comenzaba a luchar contra los "blackouts", pero lo que sí sé, es que tras llegar a mi casa, me dormí casi de inmediato y desperté hasta las... 9 de la mañana. Correcto a las 9 de la mañana. Para las 10:30 yo ya estaba levantado, bañado y bajando a desayunar. Sin el más mínimo rastro de cruda después de haber bebido cocteles, vino blanco y Tequila derecho. Así que mi superpoder anticruda sigue creciendo. Mis experimentos continúan, de hecho ayer volví a conducir uno y el resultado hoy sigue siendo el mismo, cero cruda. Ahora solo falta desarrollar el superpoder antisueño, antiblackouts y el superpoder anti-envío-de-mensajes-ebrios y listo.

Todo sea en nombre de la Ciencia

Iosephus dixit.

lunes, 22 de julio de 2013

Lo que Hacemos por un Amigo

-¿Recuerdas aquella vez en Las Vegas? ¿Cómo se llamaba esa chica?- Preguntó Barry Donaldson
-¿Cuál? ¿La rubia con el tatuaje en el cuello?- respondió su amigo Joe Porter
-Sí, justo esa. ¿Cuál era su nombre?
-Karma.
-¡Karma! ¡Claro!- respondió Barry riendo. -Vaya nombre. Raro... y extrañamente apropiado.
-Qué más se podía esperar de una stripper de Las Vegas- dijo Porter mientras daba una larga calada a su habano, sonriendo apenas a medias entre la añoranza y la indiferencia.
-Siempre se puede esperar algo más de una stripper de Las Vegas, Joe.

Afuera las nubes dejaban pasar unos pocos rayos de Sol a intervalos irregulares, filtrándolos de tal manera que el día se veía gris. Y sin lugar a dudas también se podía sentir de esa manera. Los dos amigos estaban dentro de un apartamento en un suburbio de Atlanta, fumaban habanos y bebían escocés sin hielo. No había electricidad. No la había desde hacía más de diez días. Barry y Porter habían entrado a ese lugar el día anterior para descansar y comer algo. Encontrar los habanos y el escocés era como ganarse la lotería en aquellos momentos.

-En fin, el caso es que era una bomba esa chica, Karma. ¿Recuerdas Joe?
-Sí, la recuerdo.

Porter dio otro trago al whisky que le hizo sentir una familiar calidez en la garganta acompañada de esa extraña sensación de incertidumbre porque no sabía cuándo tendría oportunidad de beber de nuevo un buen escocés. Tal vez nunca más, difícil saberlo. Barry y él eran tan amigos desde hacía tanto tiempo que Barry era la única persona que le decía "Joe" y no Porter como el resto de la gente. Ni siquiera su ex le llamaba Joe.

-Me pregunto dónde estará en estos momentos. ¿Seguirá en Vegas, o habrá vuelto al pueblito ese de Alabama de donde era cuando inició toda esta mierda?
-Ni idea, Barry. Ni idea.

Porter pensó por un momento en la chica rubia y su imagen joven, hermosa y sonriente le hizo recordar mejores tiempos, cuando las mayores preocupaciones eran las crisis en la bolsa, las ventas y de vez en cuando la cantidad que tenían que pagarle a algún político de poca (o mucha) monta para que aceptara uno de los multimillonarios contratos que buscaban colocar. Buenos tiempos. Más sencillos. La imagen de la chica rubia se borró repentinamente de su mente al escuchar lo que pareció un grito muy lejano. Barry también pareció escucharlo y ambos amigos guardaron un momento de silencio para escuchar con atención. Nada, solo el sonido leve del aire otoñal soplando entre las hojas marrones de los árboles.

Después de ese breve momento de tensión, Barry se ajustó su abrigo subiendo un poco más el cuello del mismo para aliviar el escalofrío que sintió. Luego, trató de retomar el tema:

-Bueno, espero que Karma esté bien.
-Sí, esperemos que sí. No lo creo, pero esperemos que sí.-respondió Porter.
-Diablos, Joe, ¿por qué tienes que ser tan lúgubre y negativo? No me jodas la puta fantasía. Realmente me gustaba esa chica. Y, sé que dirás que estoy loco, pero creo que yo también le gustaba. Le prometí sacarla de ahí.
-Seguro Barry, lo siento. Seguramente está bien, con sus padres y su perrito en Alabama y sí, creo que también le gustabas- respondió Porter mientras al mismo tiempo pensaba: "De la misma manera que le gustaban los otros cien tipos que se tiraba cada semana por $300 dólares la hora".

Pasaron unas cuantas horas, hablaron de algunos recuerdos de otros tiempos hasta que oscureció. Barry dormitaba por momentos, exhausto mientras Porter montaba guardia no menos cansado junto a la ventana, viendo entre las persianas de vez en cuando al percibir algún sonido o un atisbo de movimiento en la oscuridad apenas abierta cuando la luz de la luna salía entre las nubes. Lo tenía que hacer con mucho cuidado para que no se viera el movimiento en la ventana desde el exterior ni el leve brillo de la vela que tenían encendida sobre la mesa de la sala. Repentinamente, cerca del amanecer, Barry dejó escapar un gemido tenso y doloroso.

-¡Barry! ¡Barry! Tranquilo, hombre. Aguanta, trata de no hacer ruido.
-¡Joe! ¡Puta madre, Joe! ¡Es el puto dolor! Está peor... Joe, creo que es hora.

Barry estaba cada vez más pálido. El color de su piel era notorio incluso en la relativa oscuridad del apartamento. Porter vio que se comenzaban a notar venas azules en su cuello y en su rostro. Después percibió el aroma. Era discreto aún, pero ya lo podía notar. Un olor como a aceite o licor de almendras.

-Barry, escucha, necesito que muerdas este pañuelo lo más fuerte que puedas. Necesito ver la herida.

Barry lo vio desde unos ojos vidriosos y de pupilas dilatadas, suplicantes y aterrados. Barry tomó el pañuelo que Porter le ofrecía y lo puso entre sus dientes, mordiendo con fuerza. Se incorporó ligeramente en el sofá donde descansaba y desabrochó su abrigo. Porter le ayudó a quitárselo con cuidado y luego le quitó la camisa para descubrir el hombro izquierdo de Barry. Los vendajes se veían oscuros, casi negros. Joe comenzó a quitarlos poco a poco, mientras Barry mordía cada vez con más fuerza el pañuelo y soltaba leves gemidos por el esfuerzo de mantener el brazo en una posición horizontal. Por fin, Porter dio la última vuelta a los vendajes y dejó la herida al descubierto. El olor de aceite de almendras le pegó como una patada de mula en la cara. La infección era más que evidente. Los bordes de la herida se veían negros, y se podía notar una especie de pus saliendo de los agujeros en la piel. Barry vio la preocupación en la mirada de su amigo y, respirando con rapidez, escupió el pañuelo y le dijo a Porter:

-Sí, es hora, Joe. Sabíamos que este momento podía llegar tarde o temprano. Bueno, pues aquí estamos, viejo amigo. ¿Cuántas veces me has sacado de algún problema? ¿Cuántas veces te has tenido que meter en la mierda para ayudarme a salir?
-No lo sé, Barry. Posiblemente las mismas veces que tú lo has hecho por mí- respondió Porter, serio. La adrenalina comenzaba a dar vuelta a todo su cuerpo.
-Bah, hombre... para eso somos amigos. Joe, tendré que pedirte que de nuevo me saques de la mierda en la que estoy metido. ¿Lo harás?
-Seguro, Barry. Seguro.
-Bien, hermano, bien. Sabía que podía contar conti...- la frase quedó incompleta cuando un espasmo hizo que Barry arqueara la espalda de forma casi antinatural mientras dejaba escapar un gemido gutural.

Porter se levantó y vio a su amigo mientras se retorcía incontrolablemente. Los ojos de Barry se inyectaron con sangre y los músculos y tendones en su cuello se tensaron como cables de tal manera que parecía que terminarían por reventarse. Las encías se contraían dando una apariencia más larga a los dientes de Barry, en especial a los colmillos, lo que hacía que se viera como un grotesco vampiro. Barry abrió la boca para tratar de hablar, mientras veía de manera suplicante a su amigo:

-¡Por...ter!

Era la primera vez en mucho tiempo que le decía Porter. Fue suficiente para hacerlo salir de su asombro. Hizo a un lado su saco y sacó una Glock calibre 40 que portaba en la cintura, en su costado derecho y con un solo disparo le atravesó el cráneo a Barry que cayó de inmediato con medio cuerpo todavía sobre el sofá, pequeños espasmos moviéndole aún los dedos de la mano izquierda y el pie derecho. La bala entró por el lado izquierdo del hueso frontal y salió por detrás de la oreja derecha, manchando el respaldo del sofá con sesos y sangre, con un ruido de hueso roto y humedad esparcida.

Porter, se sentó y puso su cabeza entre sus rodillas, asaltado repentinamente por una sensasión de mareo y náusea. Con un par de arcadas, vomitó sobre el parquet de la sala. Respiró rápidamente tratando de calmarse. Poco a poco bajó el ritmo de su respiración y de su corazón. Escupió tratando de deshacerse del sabor de bilis mezclado con whisky que le quedó en la boca. Se incorporó y se limpió las lágrimas de los ojos, que habían salido por el esfuerzo al vomitar. Y por otras razones, por supuesto. Tenía que salir de ahí de inmediato. Alguien (o algo) podía haber escuchado el disparo. Tomó su mochila con provisiones y se encaminó a la puerta. Antes de abrirla, dedicó una última mirada al sofá. Los ojos de Barry seguían abiertos, perdidos en una mirada vacía. La boca abierta mostraba los colmillos "crecidos" y afilados mientras que sus manos ya quietas estaban torcidas y con los dedos arqueados en posiciones extrañas.

Al ver esos dientes, pensó en las leyendas de vampiros que se habían escuchado en distintas culturas desde los albores de la humanidad. Y aquí estaban, en la era moderna, en pleno siglo XXI, enfrentados a una pandemia apocalíptica. Y no, no eran vampiros. Eran algo peor.

Porter se acercó a la salida y escuchó atentamente mientras veía por la mirilla de la puerta, le pareció escuchar algo. Abrió lentamente y salió al pasillo. Parecía desierto. Se acercó a la escalera y comenzó a bajar. Al girar en una esquina al llegar a la planta baja se detuvo de repente, frío. Frente a una puerta estaba una mujer rubia dándole la espalda. Vestía una falda rosa y un sweater rojo tejido. Porter sacó su arma y le apuntó.

-Hey, señorita... ¿Está usted bien?- preguntó Porter en voz baja.

No hubo respuesta. Sin embargo la mujer se movió ligeramente, como si oliera el ambiente. Y entonces comenzó a girar despacio. Porter recordó de nuevo a esa joven rubia de cuerpo espectacular y "enamorada" de su amigo, en particular cada vez que sacaba la tarjeta platinum. Karma. Pero la ilusión desapareció rápido. La mujer se dio la vuelta y reveló un rostro ciertamente joven, pero con los músculos contraídos en una mueca semejante a una sonrisa cruel y forzada, los colmillos resaltando gracias a las encías encogidas. El ojo derecho le colgaba de la cuenca negra y le manchaba la mejilla con sangre seca y pus. El ojo izquierdo se fijó en Porter con ansiedad y hambre. La mujer levantó los brazos y extendió los dedos doblados en forma de garras gracias a la contracción de los músculos que el virus en su cuerpo había causado. Abrió la boca y dejó escapar una especie de siseo desesperante. Dio un paso hacia Porter y fue lo último que hizo en su vida. O mejor dicho, en su vida-después-de-haber-muerto. Porter jaló el gatillo y el ojo izquierdo desapareció casi de inmediato. La bala empujó violentamente el cráneo de la mujer hacia atrás, que cayó con los brazos aún extendidos.

-Karma...- dijo Porter- Al carajo. Ahora yo seré su karma, hijos de puta.

Salió, subió a un auto que tenía aún las llaves pegadas y se dirigió hacia el oeste, ya no solo para tratar de sobrevivir al apocalipsis zombie, sino para vencerlo. En nombre de Barry, claro, porque eso y más hace uno por los amigos.

Iosephus dixit.