jueves, 6 de diciembre de 2007

Post que debió ser publicado el día 5 de Diciembre pero que no pude porque andaba en el Defe

5 DE DICIEMBRE - EL DÍA QUE MURIÓ LA MÚSICA... DOS VECES.

5 de Diciembre, 1791. Viena, Austria.

Han pasado casi treinta y cinco años desde que nació. Se encuentra hoy postrado en su cama que se constituye como su lecho de muerte. Seguramente tanto él como los pocos amigos y discípulos que lo rodean, saben que se acerca la hora, la última. Omnes Vulnerant. Postuma Necat. Está dejando las últimas indicaciones a su alumno Franz Xaver Süssmayer sobre cómo debe concluir la composición del Requiem, la misa para difuntos que el enviado del conde Franz Walsseg le había encargado para que fuera interpretada en el primer aniversario de la muerte de la esposa del conde. El plan de Walsseg era presentar la obra como propia sin dar crédito al verdadero autor. Afortunadamente eso no sucedió. Pero, si ese hubiera sido el precio a pagar para no perder al Maestro, ¿no habría valido la pena? Sí, habría sido un precio muy bajo a cambio de la vida del genio.

Es ya la madrugada del 5 y el horror se refleja en los rostros que fijan su atención en el cuerpo ya sin vida. La tristeza los invade y no pueden hacer más que sollozar en silencio y prepararse para llevar el cuerpo hacia el cementerio en donde nadie lo acompañará. Cuenta una leyenda que solo su fiel perro sigue la procesión fúnebre y se sienta junto a la fosa común en la que su amo es finalmente sepultado. Ahí en un lugar desconocido, descansan los restos del Genio, el Maestro, el Inmortal. Joannes Chrisostomus Wolfgangus Theophilus Mozart. Simplemente conocido en todo el mundo como Wolfgang Amadeus Mozart.


5 de Diciembre, 1953. Los Angeles, California.



Ya está muy enfermo. Esa hepatitis de su juventud debió cuidarse mejor. Pero no fue así. Ahora tiene complicaciones y ya se ve venir el final. El que fuera capitán en el Ejército Mexicano, ahora ya difícilmente puede tenerse en pie. Está recordando uno de su éxitos, uno de los que lo caracterizan. Medio sonríe entre el dolor y recuerda cómo era que, en un principio, no le agradaban en lo más mínimo esas canciones rancheras. Lo suyo era la Ópera, para eso educó su voz; pero bastó con que el pueblo lo escuchara para que fuera inmediatamente adoptado como uno de los ídolos del momento.

Y así, sin querer, se convirtió en el icono por excelencia del macho, del charro cantor. Ya está por terminar, el dolor se empieza a disipar. Y no deja de recordar, sigue escuchando la música en su cabeza y secretamente pide que le hagan caso, que entiendan el mensaje. Tiene esa repentina sensación: "Estoy lejos". Y por fin, deja de sufrir. Y al hacerlo empieza el sufrimiento de un pueblo entero que veía en él la imagen modelo y que se identificaban con las historias que contaba en cine y música.

Al final cumplen con su voluntad. Vuelan desde Los Angeles y, diciendo que está dormido, lo traen hasta su México. Descanse en paz, Capitán, viva usted para siempre Don Jorge Negrete.

Iosephus Dixit

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