miércoles, 12 de marzo de 2008

Razones Para No Tener Niños IV

Cuando estás en la sala de espera del Aeropuerto, unos minutos antes de que salga tu vuelo, te puedes dar cuenta masmenos cómo van a ir las cosas: cuánta gente se subirá al avión, a qué van a ese destino en particular (negocios, placer, regresan a casa), van viejas buenas o no, etc. En el caso del vuelo que tomé el día de ayer para viajar a Tijuana me di cuenta de inmediato de que iba a estar un poco incómodo pues el vuelo iba casi lleno. Los personajes que habrían de ingresar a la nave iban desde una morenita buenísima, hasta los paisanos que regresan a la frontera con la intención de cruzar pal odersaid. Nos organizaron para abordar cual ganado caprino y subimos al avión.

Tomé asiento en mi lugar en la fila 6, junto al pasillo, y noté que los dos lugares restantes en dicha fila estaban vacíos. "A toda Madre", pensé, pero fue demasiado pronto pues la gente seguía subiendo a la aeronave y efectivamente, llegó una ñora con un mocoso de ojos bien pinches grandes en brazos y, después de subir la pañalera al compartimiento superior, ocupó el asiento junto a la ventanilla. Unos minutos después llega otra ñora cuya abundante humanidad se colocó en el asiento central entre la doña con su engendrito de ojos bien pinches grandes y yo.
Así que, nomás de entrada, ya estaba yo ligeramente inclinado hacia el pasillo porque la ñora inmediatamente se apropió del descansa-brazos que "compartíamos" y me hizo comprender por completo el término "arranarse". Todo estaba masmenos soportable hasta que mi columna vertebral me recordó que no está diseñada para adoptar una forma de espiral. Me reacomodé como 139 veces durante el vuelo.
Finalmente el avión despegó y yo me sumergí en la lectura de mi libro en turno (Cuentos Completos I. Asimov, Isaac. Ediciones B, Barcelona 2007). No pasó mucho tiempo para que el querubín de ojos bien pinches grandes iniciara un Concerto para Una Voce en La Mayor de las molestias. En cuanto tuve oportunidad encendí mi PSP y me puse a escuchar música mientras continuaba con mi lectura. Pero parece que esa posibilidad de distraer mis sentidos de la vista y el oído ya había sido pronosticada por el pequeño de ojos bien pinches grandes. Me explico: El hecho de que el vuelo fuera tan lleno implicaba una mezcla variopinta de géneros, colores, ingenios y claro, olores. Así que relacioné ese olorcillo extraño que repentinamente me empezó a llegar, con el gran número de gente que llenaba el vuelo. Pero no, como ya se imaginarán se trataba por supuesto del mounstrillo de ojos bien pinches grandes, cuyos lloriqueos obedecían no solamente a los caprichos propios de los engendros de su calaña sino a que reclamaba la limpieza de su pañal.
Con eso en mente, la madre del niño de ojos bien pinches grandes se levantó (esto quiere decir que la doña de amplia humanidad y yo nos tuvimos que levantar pa que saliera la otra) y, después de hacer un par de malabares para bajar la pañalera con un poco de ayuda de otro pasajero, se fue al baño. Después de varios minutos salió preguntando que si no había manera de cambiarle el pañal al retoño de ojos bien pinches grandes, ya que no había espacio suficiente en el mini-baño del avión para recostarlo y llevar a cabo el delicado (y repugnante) procedimiento. Le dijeron que tenía que ser en el baño y no podía realizarlo en ningún asiento (¡no mames, lo quería hacer en un asiento!) así que fue al sanitario que está en la parte trasera del avión tan solo para comprobar que se repetía la situación.
-Está muy chico el pinche baño- dijo con vehemencia al tiempo que colocaba la pañalera de nuevo en su lugar y regresaba a su asiento (esto quiere decir que la ñora arranada y yo nos levantamos nuevamente pa dejarla pasar).
-N'ombre pero si ya mero llegamos,- le dijo un señor sentado frente a mí- ps ya mejor se lo cambia allá en Tijuana.
-Sí ps eso voy a tener que hacer. A ver si no se me roza.
Así que el resto del viaje (tan solo faltaba como hora y media para llegar) se fue entre que el microbio de ojos bien pinches grandes lloraba o medio reía hasta que la madre por fin anunció:
-¡Hasta que se durmió!
Y aún no terminaba de decir esa frase cuando el avión tocó tierra en el Aeropuerto de Tijuana.
Por cierto, debo reconocer que el chiquillo -por las buenas- era chistosón, un poco cabezón y obviamente apestoso de a madres pero chistosón.



Y tenía los ojos bien pinches grandes.



Estaba entre esto:


Y esto:
Iosephus Dixit.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Hay Iosephus!, ¿que te puedo decir?, asi pasa cuando sucede... y vaya que esas cosas raras solo te suceden a ti, jajaja.
Lo bueno es que yo ya pase "parte" de la etapa en la que los hijos mios me hacían pasar ese tipo de bochornos, claro, experimento otros, verdad, pero bueno, poco a poco se iran terminando esos problemas... y mas en cuanto me gane el sorteo Tec, y los mande a un Internado en algún otro continente que no sea America, jajajajajajajaja
En el fondo quiero mucho a mis querubines.

Iosephus dijo...

Sí, como que me siguen esos episodios extraños, jajajajaja. Y espero que ya pronto cesen esos bochornos que te hacen pasar tus querubines (que no sé cuáles puedan ser...)

elmonares dijo...

Como sea creo que tienes suerte compadre, a mi ese tipo de cosas me han sucedido en los camiones, y comprenderas que no es lo mismo un par de horas a 15 o 16. Sería interesante escribir acerca de ello compadre, por ejemplo ese extraño fenómeno que se da en los autobuses de que en cuanto se sube la gente y que sin haber arrancado el mismo, ya están en el pinche baño, y orinan todo el tiempo, como si fueran de esas muñequitas de lililedy, que así como les dabas la mamila ya estaban orinando las cabronas.

Iosephus dijo...

Eso sí está cabrón Compare, y es cagante cuando te sientas en el último asiento, junto a la entrada del baño y la pinche gente pasa a cada rato dándole un chingadazo a tu asiento con la puerta de acceso al sanitario. Y sí, qué bueno que no me ha tocado viajar cerca de niños en autobuses... brrrrr.