sábado, 21 de junio de 2008

Hadhi Nina



El General Azibo Kondo observaba las pantallas en su oficina en algún lugar de Zimbabwe a varios kilómetros bajo la tierra. Sus grandes ojos estaban atentos a los monitores que mostraban escenas de todo el Mundo: jóvenes bailando bajo la Torre Eiffel, abrazos y besos en la Puerta de Brandenburgo, una misa multitudinaria en el Vaticano y lo más impresionante: una sala llena de periodistas iluminada por los flashes que documentaban el momento captando a los dos personajes que se daban la mano. Las banderas israelíes y palestinas presenciaban, entre ensordecedores aplausos, la firma de una paz largamente buscada. El último resquicio de guerra en el mundo había sido finalmente conquistado.
El General Kondo dio una larga fumada a su habano y dejó que el humo se materializara frente a él. Sonrió al ver a un soldado de aspecto árabe arrojar su AK-47 al suelo mientras recibía una ovación y grandes lágrimas de alegría le surcaban el rostro. En ese momento el Coronel Mukantagara Mtume llamó a su puerta.

-Tikukwazisei- saludó respetuosamente Mtume.
-Kwaziwai- respondió el General.
-Está todo listo mi General.
-Excelente, Coronel- contestó Kondo con una voz ronca como el llamado del cocodrilo.

Ambos hombres se encaminaron a una gran sala en donde decenas de militares los esperaban. El General tomó la palabra:

-Es hora de elevar nuevamente a la Madre África al altar que se merece. Todos han olvidado de dónde vienen y hoy lo recordarán. La “paz” que trajeron al mundo no es más que otra forma de esclavitud. ¡No más!

Kondo y Mtume introdujeron un código en una computadora y al mismo tiempo oprimieron sendos botones. Millones de gargantas callaron simultáneamente, sorprendidas por el resplandor mientras muchos recordaron, sin saber por qué, que África fue la Cuna de la Humanidad, donde todo inició.
Y terminó. 
 
Iosephus Dixit

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