jueves, 25 de febrero de 2010

Canto Primero

Abrió sus ojos lentamente, con calma, observando con tranquilidad la parte superior de su tienda. Afuera, el sonido incesante de las olas rompiendo en la playa y en las rocas interrumpía la tranquilidad natural de esa mañana. Los rayos del Sol se abrían paso entre los huecos de la tienda cayendo sobre la arena e iluminando pequeñas porciones de aquel espacio que él utilizaba en ese momento como su habitación. Era evidente que, como siempre, Helios abordaba su carruaje y conminaba a  Flegonte, Aetón, Pirois y Éoo, los ígneos e indomables corceles que llevaban la luz y el calor de su amo a todo el Mundo para que galoparan con fuerza y decisión desvaneciendo las tinieblas de la noche. El joven dentro de la tienda había tenido algún extraño sueño que no recordaba por completo excepto por una mezcla de imágenes sin mucho sentido que de inmediato desaparecieron al momento de que se hizo plenamente consciente de que estaba despierto, pero que le dejaron una sensación extraña casi de felicidad. 

Y tan solo durante ese breve instante de retorno del reino de Morfeo, sintió una tranquilidad en su alma que no había sentido en mucho tiempo, tal vez no era otra cosa que la calma del sueño recién experimentado que poco a poco desaparecía mientras el despertar se hacía cada vez más claro y evidente. Volvió a cerrar sus ojos mientras, lentamente, empezaba a tensar los músculos de sus brazos estirándolos mientras movía su cuello hacia atrás. El movimiento hizo que las pieles que le cubrían en su improvisada cama, se movieran dejando al descubierto su torso que mostraba, además de la musculatura de un guerrero, las cicatrices propias de quien ha dedicado su vida a la guerra y el entrenamiento militar. 

Al terminar de desperezarse, dejó caer su brazo derecho sobre las pieles de su cama y entonces recordó.  Recordó la imagen de la joven, su belleza, su juventud, sus ojos llenos de lágrimas, su cabello y su cuerpo. Su aroma. Y al recordar, la calma y la tranquilidad de esa incipiente mañana comenzaron a desaparecer y aquello que le había estado aquejando desde hacía días, volvió con toda su fuerza. Su ceño se frunció en un gesto de odio y enojo provocando que su despertar fuera repentinamente completo incorporándose y sosteniendo su cabeza sobre su mano derecha como si un dolor le aquejara tanto como a Zeus cuando de su cráneo nació Atenea. Se levantó y miró a su alrededor tensando ahora todos los músculos de su cuerpo y cerrando los puños, como si buscara algo o alguien contra quien descargar todo su odio y su furia. La felicidad había sido un sueño.

Se colocó una túnica azul ceñida con un cinturón tejido en oro y plata y salió de su tienda. Se cubrió con el brazo izquierdo los ojos al sentirlos lastimados por la luz cada vez más clara de la mañana. Continuó caminando hacia sus negras naves que se hallaban en la orilla de la playa y al llegar a su lado, cuando el mar acarició sus pies, se despojó de la túnica y se bañó en las cálidas aguas dominio de Poseidón. Salió entonces para vestirse nuevamente y en ese momento fue que, llevados por el viendo de esa mañana, llegaron hasta sus oídos los apagados lamentos emitidos por numerosas voces de guerreros heridos y de los caídos en batalla que se encontraban al otro lado del campamento, y un poco más lejos de ahí, el sonido inconfundible de los bronces de lanzas y escudos, el resollar de los caballos, las órdenes de reyes y generales.

Camina entonces el joven hacia las piedras y a ellas sube para ver el resto del campamento y desde ahí, elevado como una estatua de alguno de los dioses en un fastuoso templo, observa y alimenta su odio. La sangre que corre por sus venas arde como la lava de los volcanes, y va encendiendo a su paso el extraño placer que le da el odiar con todo su ser a quien le traicionó y se convirtió en su enemigo. Y es entonces que recuerda con cierta dificultad parte de su sueño. Son palabras, frases que en ese momento no le son claras no las comprende del todo pero parecen ser justamente hechas para esa ocasión. Y siente entonces que está escrito en el Olimpo y que es voluntad de Zeus que su furia se mantenga. Y sonríe. Por un breve instante sonríe, un instante casi tan breve como la felicidad de su sueño mientras resuenan las palabras en su mente:

μῆνιν ἄειδε θεὰ Πηληϊάδεω Ἀχιλῆος
οὐλομένην, ἣ μυρί' Ἀχαιοῖς ἄλγε' ἔθηκεν

"Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles,
cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos"



Iosephus Dixit

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